ÃËÀÂÍÀß Î ÍÀÑ ÄÅßÒÅËÜÍÎÑÒÜ ÑÒÐÓÊÒÓÐÀ ÏÓÁËÈÊÀÖÈÈ ÊÎÍÒÀÊÒÛ ÊÀÐÒÀ ÑÀÉÒÀ ESPAÑOL
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Petr Yákovlev
Doctor titular (Economía)
Instituto de Latinoamérica


ETAPAS DE LA INTERACCIÓN ECONÓMICA

 

En el primer decenio del siglo XXI, las relaciones argentino-rusas obtuvieron dinamismo complementario, alcanzaron considerables magnitudes y se diversificaron bastante. Eso se reflejó en el acentuado crecimiento del intercambio comercial-económico y científico-técnico, en la intensificación de los contactos a elevado y máximo nivel político, en las nuevas formas de cooperación en las esferas de negocios, cultura, deporte y medios de comunicación masiva. En el espacio de las relaciones bilaterales, a la par con los jugadores tradicionales – los Estados, sus instituciones y empresas – se fortalecieron y ampliaron su influencia nuevos actores: compañías comerciales y agrícolas, bancos, asociaciones de empresarios, diferente género de consultoras, firmas jurídicas e intermediarias, y otros sujetos sociales, incluso las llamadas personas “no organizadas”. De tal modo, las relaciones argentino-rusas se fueron llenando de contenido más variado y abarcaron prácticamente todas las esferas de actividad humana.


Señalaremos que la Argentina figura entre los contados países del mundo que pese a las diferencias externas (a menudo sorprendentes), en el aspecto económico y sociopolítico tiene mucho en común con Rusia. El leitmotiv de tales comparaciones actualmente reside en que como resultado de las reformas neoliberales sincrónicamente efectuadas en los años 1990, en Argentina y Rusia fue creado un capitalismo de tipo semejante, con toda una serie de características, problemas y defectos comunes. Eso es realmente así, pero la “semejanza” de ambos países tiene raíces históricas más profundas y no sólo de carácter coyuntural, sino también estructural, si se quiere, sistémico-engendrador. Destacaremos aunque sea algunos rasgos, más importantes, de tal semejanza.


En primer lugar, Argentina y Rusia (a diferencia de la inmensa mayoría de los países en desarrollo) tienen una población en lo fundamental instruida y técnicamente preparada, con mentalidad innovadora y capaz de resolver las tareas estratégicas de transición a la fase post industrial de desarrollo social. Pero tanto en uno como en otro caso, esas posibilidades hasta la fecha no llegaron a plasmarse por entero, ni mucho menos. Son dos ejemplos mundiales de aprovechamiento ineficaz del rico potencial humano e intelectual disponible. Según datos del suplemento analítico de la revista “The Economist” (The Economist Intelligence Unit), Argentina y Rusia ocupan, respectivamente, el penúltimo (37º) y último (38º) lugares en el ranking mundial de países mundiales desarrollados en el aspecto innovador.


En segundo lugar, ambos países poseen recursos naturales únicos en su género y, sin exagerar, magníficas posibilidades económicas. A Rusia, como es sabido, le pertenecen más del 25% de las reservas mundiales de gas natural, el 17% de hulla, el 9% de petróleo, otras enormes riquezas naturales, entre ellas millones de hectáreas de tierras cultivables. La Argentina, por su parte, gracias a su potencial agrario “alimenta” a millones de personas de otros países, se convierte en “supermercado mundial” de productos comestibles. Además, en este país sudamericano están concentrados yacimientos de hidrocarburos y minerales, algunos de los cuales (por ejemplo, el cobre) recién en el siglo XXI empezaron a explotarse en cantidades industriales de importancia global. Pero el hincapié a lo largo de los años en el amplio aprovechamiento de las riquezas naturales (en detrimento de las ramas científicas y técnicas) condujo a que tanto uno como otro país fueran exportadores de materias primas, o como el caso de Argentina, de manufacturas de origen agrario y baja tecnología, e importadores de producción de alta tecnología. Así es como una tonelada de exportación argentina o rusa cuesta varias veces menos que igual cantidad importada (1).


En tercer lugar, tanto la sociedad rusa como la argentina, en sumo grado sienten nostalgia “por el glorioso pasado”. La primera, por los tiempos soviéticos de “superpotencia”; la segunda, por el primer tercio del siglo XX, cuando el país era uno de los más ricos del mundo.


En cuarto lugar, tanto Rusia (experimento comunista de la época soviética) como Argentina (gobierno peronista de los años 1940-1950) pagaron tributo a las ideas utópicas de organización de la vida pública y no aprovecharon todas las ventajas de la revolución tecnocientífica. En la URSS, particularmente, las realizaciones científicas fundamentales estuvieron vinculadas, como regla, con el desarrollo de la industria defensiva y perseguían el objetivo de alcanzar la paridad coheteril-nuclear con EE.UU. En sumo grado los dos países “se comieron” su propia riqueza, predeterminando su posterior atraso de la parte económicamente más avanzada de la humanidad. 

En quinto lugar, rasgos de asombrosa semejanza se percibieron asimismo en la realización casi simultánea de aventuras militares-políticas, que tuvieron graves consecuencias negativas para ambos Estados: introducción de tropas soviéticas en Afganistán a finales de 1979 y desembarco del contingente militar argentino en las islas Malvinas en abril de 1982. Las dos guerras, como lo sabemos, terminaron mal para sus iniciadores.


Y lo fundamental. Ambos países, prácticamente al mismo tiempo, a principios de los años 90 del siglo pasado intentaron reformar y modernizar sus estructuras socioeconómicas. El objetivo declarado de las reformas fue superar el atraso, elevar el nivel de vida de la población, y en definidas cuentas pasar a la categoría de países altamente desarrollados, el llamado “millardo de oro”. En uno y otro caso, las reformas se efectuaban bajo el signo del neoliberalismo o fundamentalismo monetarista (debilitamiento del papel del Estado, privatización de numerosas empresas públicas, liberalización de las economías y sistemas financieros, apertura de mercados internos a la competencia exterior), pero tanto el neoliberalismo argentino como el ruso no respondían plenamente a los cánones occidentales. En ambos países las reformas eran encabezadas por dos líderes carismáticos – los presidentes Borís Yeltsin y Carlos Menem – quienes, por ironía del destino, perdieron casi por completo su enorme prestigio y popularidad de otrora. Tan diferentes eran de aspecto estos dos hombres, como semejantes su papel en la historia de los dos países. Los mismos lemas populares y promesas generosas, luego convertidos en todo lo contrario.  No por casualidad tanto en Argentina, como en Rusia las políticas económicas y sociales de ambos ex líderes están bajo una catarata de crítica.


Al mismo tiempo, precisamente en el auge de las reformas neoliberales y las transformaciones democrático-burguesas, en Rusia empezó a crearse la nueva imagen del país, diferente de la anterior soviética, en el mundo entero y en la Argentina. Los acontecimientos políticos y económicos en el espacio post soviético despertaron creciente interés en el extranjero. La Federación de Rusia empezó a interpretarse por la mayor parte de la sociedad argentina de tendencia liberal como Estado muy promisorio que se abre camino hacia la democracia y el mercado, es decir, hacia el mundo occidental.


Las crisis de finales del siglo XX-inicios del XXI (rusa de 1998, argentina de 2001-2002) aproximaron aún más a la Argentina y Rusia*. Los dos países se vieron en situaciones parecidas de cara a procesos sincrónicos y análogos problemas internos y externos, cuyo análisis comparativo ofreció y sigue ofreciendo serio interés teórico y práctico para los destinos de ambos Estados. Por eso no es para nada casual el enorme interés que despertó Argentina en 2002 en los medios de información masiva y en los círculos políticos y de negocios de la Federación de Rusia. Ejemplo de tal interés fue el seminario ruso-argentino científico-práctico “Rusia-Argentina: lecciones de las crisis económicas”, después del cual, en ambos países, en ruso y español, fueron publicados materiales de ese análisis conjunto de expertos.


El estudio de la experiencia argentina tuvo excepcional importancia para los rusos también porque Rusia recién iniciaba el camino por el cual Argentina (aunque a tirones) venía desarrollándose más de un siglo. La Federación de Rusia sólo en la etapa actual se incorpora realmente a la órbita de la globalización, en muchos sentidos probando para sí por vez primera sus posibilidades, ventajas, riesgos y golpes, mientras que la Argentina desde finales del siglo XIX participa activamente en las relaciones económicas internacionales y en su época jugó el papel de uno de los factores de la génesis del mercado mundial y la creación del sistema capitalista contemporáneo, no sólo en América Latina, sino también en Europa Occidental.


Los investigadores, políticos y diplomáticos argentinos, analizando con sus colegas rusos las dramáticas peripecias de los años de crisis, “descubrieron” de nuevo para sí a Rusia, crearon la imagen renovada del país geográficamente lejano, que sufrió dificultades parecidas a las argentinas. De ese modo se ahondaba la mutua comprensión, crecía el interés recíproco.


Nuevos paralelos argentino-rusos se manifestaron a todas luces en la primera década del siglo en curso, sobre todo desde 2003 y hasta la crisis mundial de 2008-2009. Citaremos sólo los puntos fundamentales, comunes, que saltan a la vista.


Ambos países en este período alcanzaron un alto ritmo sostenido de auge económico: del 7 al 9% de crecimiento del PBI anual.
Un papel activo en ambos casos desempeñó el Estado, que restableció su influencia en los procesos económicos y sociales, perdida en el período de reformas neoliberales.


Tanto Rusia como Argentina fortalecieron significativamente sus posiciones en los mercados mundiales, acumularon reservas de divisas sin precedentes, que permitieron debilitar la presión de la deuda externa, en particular, pagarla (en ambos casos) por entero al Fondo Monetario Internacional.


Tanto los rusos como los argentinos, superando las consecuencias de las crisis de 1998 y 2001-2002 elevaron sensiblemente el nivel de vida, redujeron la pobreza, aunque poco lograron para disminuir las monstruosas diferencias de los ingresos entre ricos y pobres, creadas todavía en los años 90 del siglo pasado.


Tanto en Argentina como en Rusia se conservan enormes sectores de economía informal (sumergida): alrededor del 35-40% de la economía nacional.


Ambos jefes de Estado – Vladimir Putin y Néstor Kirchner – gozaban de amplio apoyo público, que les permitió (de nuevo casi al mismo tiempo) efectuar la “operación sucesor” y entregar los poderes presidenciales en manos de sus aliados políticos más cercanos. La elección a la presidencia de Dmitri Medvédev y Cristina Fernández de Kirchner garantizaba casi el 100% la continuación (obviamente, con las inevitables enmiendas coyunturales) del rumbo socioeconómico y político trazado por sus predecesores.


En el contexto actual, la semejanza entre Argentina y Rusia se mantiene (aunque no inmutable) y eso sirve de factor no poco significativo de atracción mutua e interés recíproco en impulsar las relaciones bilaterales en todos los sentidos, pero fundamentalmente en la esfera comercial-económica.


Se sobrentiende que al señalar la diversidad de coincidencias y paralelos argentino-rusos no podemos callar las diferencias existentes. Si nos referimos a la política macroeconómica (objeto de nuestro interés prioritario) cabe destacar lo siguiente. En primer lugar, si en la economía rusa, incluso en el período postcrisis seguía desenvolviéndose la “espiral de desindustrialización”, en la argentina, en el marco del modelo “neodesarrollista” transcurría el proceso contrario, que denominaremos convencionalmente “neoindustrialización” o “industrialización complementaria”. En segundo lugar (en gran parte consecuencia de lo anterior), la Argentina, en comparación con Rusia, logró una diversificación considerablemente superior de la economía en total y de la estructura mercantil de su exportación. Los argentinos, con una perseverancia considerablemente mayor que los rusos conquistaban los mercados exteriores, ofreciendo a los importadores mercancías tanto tradicionales como nuevas. Esta circunstancia se reflejó asimismo directamente en las relaciones comerciales argentino-rusas, determinando la estructura del intercambio económico.


La República Argentina es socia tradicional comercial-económica de la Federación de Rusia (URSS). Si bien a lo largo del siglo XX el carácter de las relaciones bilaterales cambió cardinalmente: de rivalidad comercial por mercados cerealistas de terceros países (ante todo europeos), Argentina y Rusia pasaron al modelo de complementación económica mutua. El mercado soviético (después ruso) adquirió importancia excepcional para los exportadores argentinos de productos agrícolas, ante todo cereales, mientras que las empresas de nuestro país de 1960 a 1980 fueron relativamente grandes suministradores a Argentina de equipos industriales, maquinaria y portadores de energía. En algunos años, el intercambio mercantil superó los mil millones de dólares, alcanzando en 1981 su máximo histórico: 2.400 millones de dólares. Después, en el decenio de los 1990, en gran parte debido a las reformas económicas y al reajuste de las economías nacionales, disminuyó bruscamente hasta el mísero nivel, para dos países tan grandes, de 54 millones 500 mil dólares en 1998. En el período posterior se observó un nuevo auge a cuenta de la cooperación más activa de las estructuras empresariales privadas.


El potencial industrial y tecnológico de ambos países es intercomplementable, que permite ofrecer uno a otro una gama bastante amplia y diversificada de artículos y servicios, aprovechar con eficacia la experiencia atesorada de cooperación histórica y la base elaborada contractual-jurídica. En 2008, el intercambio mercantil recíproco superó los 1.900 millones de dólares. Rusia pasó a figurar entre los principales importadores de una larga nómina de bienes argentinos, en particular, frutas (manzanas, peras, limones, mandarinas, etc.), vino y vino materiales. La Argentina suministra al mercado ruso carne y productos cárnicos, pescado y productos marítimos, harina de pescado, soja, aceite vegetal, manteca, tabaco, jugos de frutas, queso y fruta seca. La devaluación de la moneda nacional (peso) a principios de 2002 hizo muchos artículos argentinos altamente competitivos y atrayentes para importar a Rusia. No se trata sólo de comestibles, sino también de diversos artículos industriales con perspectiva comercial: máquinas agrícolas, tubos de acero sin costura, ropa, calzado, cosmética, remedios, aparatos de medicina, artículos para el hogar y el deporte.


A su vez, los círculos de negocios argentinos conocen bien el potencial industrial y científico de Rusia. Basta decir que parte considerable de energía eléctrica argentina (según estimativas, hasta el 25%) es producida por turbinas rusas (soviéticas). En su época, a este país sudamericano, la URSS y más tarde Rusia suministraron sistemas antigranizo, equipos energéticos, técnica caminera y de construcción, trolebuses, otra maquinaria (automóviles, camiones, tractores). A mediados del primer decenio del siglo XXI empezó a cambiar la nomenclatura de la exportación rusa a la Argentina: cierta producción se mantuvo en el mercado, en otros casos aparecieron nuevos artículos. Mencionaremos sólo algunos rubros comercialmente promisorios: equipos energéticos, combustible diesel y fuel oil, abonos minerales, rulemanes, artículos de metal, materiales de construcción, artículos técnicos de goma. El problema estaba en que el volumen de exportación rusa era significativamente inferior a las compras de bienes argentinos. Obviamente, tal situación no podía satisfacer en absoluto a la parte rusa.


En base a la experiencia podemos afirmar con bastante seguridad que en un plazo medio los rubros prioritarios de cooperación podrán ser: energética, industrias petrolera, minera, aeroespacial, nuclear, prospección geológica, construcción de maquinaria y también aprovechamiento de los conocimientos, capitales y tecnologías argentinos en diferentes esferas de la agricultura y la industria alimenticia de la Federación de Rusia. Algunas compañías rusas (por ejemplo, “Siloviye mashini” SA) prestó y sigue prestando en el mercado local argentino servicios técnicos en los dominios de energética, transporte y economía urbana. No todas las empresas tuvieron éxito, algunas ya no están en el mercado argentino, en su lugar aparecieron nuevas estructuras productivas y comerciales. Un proceso normal, búsqueda de business proyectos rentables y mutuamente ventajosos. Lo esencial consistía en que tanto los empresarios rusos como los argentinos siguieran buscando nuevas posibilidades de colaboración, partiendo de las condiciones económicas mutables de ambos países y la coyuntura del mercado internacional.


La estrategia macroeconómica de Buenos Aires supone la expansión comercial exterior de las empresas argentinas, con el respaldo de las instituciones estatales. Los esfuerzos mancomunados del Estado y el negocio (real, no de palabra, verdadera asociación privada-estatal) permitieron ampliar la nómina de importadores de producción argentina. En el campo de visión también figura mi país. “La Federación Rusa, – subrayaba la prensa argentina, – es otro gigante dormido que empieza a despertarse del letargo económico y ya varios años muestra un auge sostenido no sólo en el mercado interno, sino también en el comercio exterior” (2). Rusia ocupó destacado lugar en la estrategia comercial exterior de Argentina: la exportación argentina a la Federación de Rusia creció de 182 millones de dólares en 2003 a 1.236 millones de dólares en 2008 (ver esquema).
                                                                                          


Fuente: Estadística aduanera del comercio exterior de la Federación de Rusia


Rusia, escribía el diario “Clarín”, es “la Meca para los exportadores argentinos”. El rotativo planteó la pregunta fundamental que preocupa ante todo a la comunidad de negocios argentina: ¿cuáles son las razones principales del atractivo de Rusia actual desde el punto de vista de los intereses comerciales y económicos? Las respuestas que suelen dar los empresarios de las orillas del Rio de la Plata con importante experiencia de trabajo en el mercado ruso pueden resumirse a las siguientes tesis fundamentales:


- las economías de Argentina y Rusia en muchos aspectos se complementan, lo que exportan los productores argentinos, los importadores rusos compran en los mercados mundiales y viceversa;


- estos últimos años, la capacidad adquisitiva de los rusos creció visiblemente, permitiéndoles ampliar bastante la compra de artículos argentinos, en primer término comestibles (carne, frutas, jugos, vino, productos lácteos, etc.);


- la elevación del nivel de vida es sobre todo notoria en Moscú, San Petersburgo y regiones orientales del país, ricas en minerales útiles. “En Siberia – escribía el periodista argentino Hernando Kleimans, quien trabajó largos años en Rusia, – el nivel de vida de la población urbana es muy elevado. Se trata de una zona petrolífera que recuerda a Houston de EE.UU. Ahí todo es nuevo, puede decirse “flamante” (3);


- en los mercados siberianos de rápido crecimiento, la competitividad por ahora no es tan intensa como en la zona central de Rusia, lo que ofrece a los negociantes argentinos mayores posibilidades de promover sus mercancías;


- gran cantidad de empresarios siberianos buscan contactos directos con socios extranjeros, incluso en países de América Latina, en particular Argentina, que ya obtuvo celebridad como importante abastecedora de variados bienes de consumo, requeridos por los compradores rusos.


De este modo, el desarrollo socioeconómico dinámico de la Federación de Rusia, incluso en las regiones orientales con ricos recursos, es considerado un factor para afianzar la expansión comercial exterior de la comunidad de negocios argentina, y nuestro país, nuevo mercado enorme para la venta de artículos argentinos, comprendida la producción de pequeñas y medianas empresas, que tratan de abrirse paso tras las fronteras nacionales. No por casualidad, el vicepresidente argentino Daniel Scioli, personalmente convencido de las posibilidades del mercado ruso durante su visita oficial a Moscú y San Petersburgo en 2005, declaró: “Hay que abrir más grande los ojos. Rusia ofrece una chance extraordinaria al pequeño y mediano negocio argentino” (4).


El objetivo estratégico de las relaciones comerciales-económicas – como lo entienden en Rusia y Argentina – es pasar del intercambio mercantil “clásico” a la asociación industrial-inversora multifacética, realizar grandes proyectos bilaterales que puedan “limpiar el campo” para la cooperación productiva y tecnológica activa.


La animación de la economía argentina después de la crisis de 2001-2002 y el sustancial crecimiento de las exportaciones permitieron que el país recuperara las posiciones perdidas en los mercados internacionales, incluso en el sector de la carne. Uno de los mayores importadores pasó a ser Rusia: en 2005, le correspondía alrededor del 33% de la exportación argentina de carne de vaca (182 mil t), que constituía el 28% de las compras totales rusas de esa clase de carne en el exterior (5). De tal modo, en las relaciones comerciales entre ambos países surgió una orientación grande y promisoria en cuyo desarrollo estaban interesados (cada uno por sus razones) tanto Rusia como Argentina. Pero en esta situación comercial a grandes rasgos propicia, sorpresivamente se interpuso la afición tradicional de los argentinos a los platos de carne. Con el fin de impedir el alza descontrolada de los precios de la carne vacuna en el mercado interno, las autoridades adoptaron medidas para limitar los suministros al exterior (primero vedando la venta de carne al exterior por 180 días, después implantando cuotas de exportación). Y Rusia figuró entre los afectados. Como declaró entonces Serguey Yushin, presidente de la Asociación Nacional de la Carne: “El cese de los suministros argentinos puede ocasionar el alza de los precios en el mercado ruso y crear problemas a las empresas procesadoras de carne” (6). Así ocurrió en efecto, evidenciando el nivel todavía insuficiente de cooperación entre ambos países, que no están a salvo de lamentables reveses en el comercio recíproco. Por lo visto hay que dar un paso adelante y elaborar instrumentos eficaces para una mayor cooperación: instituir empresas conjuntas (con grandes activos productivos) y, después de adhesión de Rusia a la OMC, promover la creación de una zona de libre comercio argentino-rusa. Entonces, según nuestra opinión, la complementación mutua de las economías argentina y rusa, que tiene carácter objetivo, “funcionará a pleno”.


Resumiendo, hay que subrayar lo siguiente. Actualmente, los vectores de la reforma de las estructuras económicas y sociopolíticas de Argentina y Rusia se aproximan cada vez más. Ambos Estados aspiran a considerar plenamente las lecciones de las crisis, fortalecer los nuevos impulsos de desarrollo, en primer término internos, nacionales, garantizar la innovación y elevación cardinal de la competitividad de sus economías. En este no fácil camino, la activa cooperación ruso-argentina en la esfera comercial-económica y científico-técnica puede reportar a ambos países y a sus pueblos sensibles resultados positivos.


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1. Para Argentina, por ejemplo, esta correlación era 367 y 1335 dólares. – Roberto Lavagna. Neoconservadorismo versus capitalismo competitivo. Buenos Aires, 1999, p. 34.

2. La Razón.  Buenos Aires, 4.10. 2004.

3. La Nación. Buenos Aires, 18.10. 2005.

4. http://www.infobae. com/notas/26.04.2005.

5. La Nación, 11.03. 2006.

6. Ibídem.


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